¿Dónde comer?

Un lugar donde olvidar el tiempo…

Cuando se camina por Alcalá de Henares con el alma aún vibrando por las escenas cervantinas y los pasos recientes por la Plaza de los Santos Niños, no solo se siente el peso de los siglos, sino también una promesa más íntima: la de un almuerzo memorable. El mediodía en esta ciudad Patrimonio de la Humanidad no es solo una pausa, es una celebración. Una oportunidad para que la historia se transforme en sabor, para que la piedra antigua de sus calles abrace al visitante con el calor de sus cocinas y el aroma de sus tabernas, y para que el tiempo se dilate en una sobremesa sin prisa.


Una ciudad que se come a sí misma… lentamente

Alcalá de Henares no es una ciudad que se consuma de un bocado. Como su literatura, requiere interpretación, tiempo y boca abierta. Es una ciudad de capas: romana, visigoda, medieval, universitaria. Y también lo es gastronómicamente. Cada una de sus etapas históricas ha dejado un rastro en sus ollas, sus panes, sus dulces. Comer aquí es saborear un palimpsesto.

En torno a las 13:00 horas, cuando la luz empieza a inclinarse y los soportales de la Calle Mayor proyectan sus sombras sobre los adoquines, el corazón gastronómico de la ciudad se activa. Es ese momento mágico en el que turistas, vecinos y gastrónomos vocacionales comienzan a mirar los relojes, o a dejar de hacerlo. Porque en Alcalá, como en toda ciudad que se respeta, se come cuando el cuerpo lo pide, no cuando lo dictan las agujas.

El arte del aperitivo: preludio de lo que vendrá

Antes de sentarse a la mesa, Alcalá invita a callejear con una caña en la mano y una tapa en el plato. En este ritual breve pero esencial, la ciudad ofrece lo mejor de sí: generosidad. En bares como los de la Calle Santiago o la Plaza de los Irlandeses, una cerveza viene con un platillo que podría ser una comida ligera en cualquier otra ciudad: migas, callos, paella, croquetas cremosas de jamón o tortilla jugosa recién cuajada.

Aquí, el aperitivo es cultura, y también estrategia. Se improvisa con amigos, se alarga si el ambiente lo pide y, a menudo, se convierte en almuerzo sin que nadie se dé cuenta. Porque eso es lo hermoso de Alcalá: lo informal no es menos noble.


Cocinas con acento alcalaíno

Pero cuando llega el momento de sentarse, de verdad, el visitante descubre que Alcalá guarda una cocina silenciosamente contundente, enraizada en los productos castellanos y reinterpretada con el paso de los siglos.

Los sabores de la tierra

No hace falta ir muy lejos para encontrar restaurantes donde la carta es una sucesión de homenajes: judiones con matanza, carnes a la brasa, trucha escabechada, guisos de legumbre con perdiz o conejo. La carne de caza, tan presente en los recetarios antiguos, sigue ocupando un lugar en muchas cartas. La cocina castellana en su forma más pura no ha sido borrada, sino refinada, adaptada, sin perder autenticidad.

Una mención especial merece la sopa boba, más que una receta, un símbolo. Antigua y humilde, representa esa tradición de no tirar nada, de aprovechar el pan duro, de convertir lo escaso en sabroso. En muchos hogares y algunos restaurantes todavía se honra esta receta cervantina que, según cuentan, inspiró el dicho de vivir “a la sopa boba” como forma de supervivencia sin esfuerzo.

Tabernas, casas de comidas y alta cocina

La oferta en Alcalá no se limita a la tradición. En el entramado entre la Calle Mayor y la Plaza de Cervantes surgen propuestas más contemporáneas: locales de cocina de autor que reinterpretan lo castellano con técnica y estética, cocinas fusión que dialogan con Asia o Sudamérica, gastrobares con carta breve y cuidada, y espacios modernos donde el comensal se convierte en cómplice de un espectáculo culinario.

Los chefs jóvenes han entendido bien la esencia de la ciudad: no se trata de romper con la tradición, sino de contarla con otro lenguaje. Así, un cocido puede servirse en dos vuelcos reconstruidos, la costrada puede transformarse en una espuma o en una tarta desestructurada, y el bacalao con tomate puede convertirse en una croqueta líquida.


Postres que se escriben con historia

Alcalá es, también, una ciudad de dulces. Aquí la sobremesa es sagrada. En ninguna visita gastronómica puede faltar la costrada alcalaína, ese postre que mezcla hojaldre, merengue, crema pastelera y almendra con una armonía casi musical. Es tan emblemático como el propio Don Quijote.

Pero no acaba ahí: las almendras garrapiñadas, las rosquillas de anís, las tejas de almendra, los penitentes, los bizcochos borrachos… todos conviven en las vitrinas de las pastelerías centenarias, especialmente en la Calle Libreros o junto a la Plaza de Cervantes. En algunos conventos, aún es posible adquirir dulces elaborados por monjas, en rituales que casi no han cambiado desde el siglo XVII.

Un café con leche en una terraza, acompañado por alguno de estos dulces, es más que un final: es una escena. Una imagen que se queda en la retina del viajero.

Zonas para perderse y dejarse llevar

El visitante que quiera aprovechar su mediodía no necesita un mapa, solo dejarse llevar. Aun así, hay ciertos espacios que merecen mención como polos gastronómicos vivos:

  • Calle Mayor: Desde tapas tradicionales hasta cocina vanguardista. Abarrotada, animada, imprescindible.
  • Calle Imagen y calle Santiago: Menos transitadas, pero cargadas de encanto y de bares con alma.
  • Plaza de Cervantes: Aquí la historia se mezcla con las terrazas, el bullicio y el aroma del café.
  • Entorno de San Diego y calle Colegios: Ideal para una pausa elegante, más calmada, con propuestas modernas que invitan a la conversación pausada.
  • Zona del Mercado de Abastos: En sus alrededores florecen proyectos gastronómicos jóvenes, dinámicos, con identidad propia.

El tiempo como ingrediente principal

Alcalá invita a almorzar con pausa. Con ese ritmo castellano que no entiende de prisa. El viajero que recorre su centro histórico al mediodía descubre que el mayor lujo que ofrece esta ciudad no es solo su patrimonio, sino la capacidad de convertir cada comida en un acto de convivencia.

Quedarse un rato más con el vino en la copa, observar cómo la luz dorada acaricia los edificios de ladrillo, escuchar las campanas mientras llega el postre… todo eso es también parte de la experiencia gastronómica.


Epílogo: De la mesa al paseo

Cuando llegue la hora de reanudar el itinerario cultural, en torno a las 16:30 o 17:00 h, desde la zona de San Diego, el cuerpo irá más lleno, sí, pero también más dispuesto. Porque en Alcalá, la comida no es solo combustible: es un capítulo más del relato. Un relato que se escribe con lengua, con cuchara y con memoria.

Y así, entre una escena cervantina por la mañana y otra por la tarde, el viajero habrá vivido algo más que una visita. Habrá saboreado un territorio. Y eso, sin duda, también es hacer turismo cultural.

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